Cielos
Por Juan Aguilar
Memoria blanca
Una rama quebrada
mira el cielo.
(María Cristina Venturini)
Socavón en la vida
es la espera
Voy
Recojo pedazos en la distancia
Recorro la mancha oscura
de la distancia
Y me pregunto si hay cielo
donde detener la marcha
Grito que puebla
la voz quebrada
¿es eso la ausencia?
Y también esos pies
que descalzos les nombran
Mirar el cielo
de tanto en tanto
y no creer en dios
que también olvida
PECADO
Por Vivi Núñez Cabral
Lejos de lo humano
el humano
tropieza en su extrañeza.
Hay asepsias
que condenan:
ser la causa,
por ejemplo.
Nacer es el clímax
de su lujuria.
Cuando era chico me comía los caldos
Por Rafael Urretabizkaya
Tenían un prohibido
que resbalaba después de un asombro errático
cejas arriba,
algún soplamoco volaba por el aire
desconvencido.
Me gustaban un poco
había registrado que los grandes
probaban cosas temerarias,
me gustaban poco poco
así del estilo poco y nada.
De gallina, de verdura, de carne
más pinta de bombones que guiso comprimido
puerta de la heladera
entre el gotero y la manteca,
poderosos.
Esos caldos cargaban
un prohibido vacío
rengo el rigor
flojitos de papeles,
desustanciados.
Los grandes buscaban una explicación
que los retos ponían más lejos
que no llegaba
que yo tampoco poseía
pero ellos muy tampoco.
No pudieran por las buenas ni las malas,
ni con palabra arrastrada al paladar
o grito persuasivo,
con dedos rascando sus cabezas
ni escondites allá en lo más profundo
(hablo del territorio inhóspito del quaker y unos yuyos de quien sabe qué cosa)
¡No pudieron!
¡No pudieron conmigo!
grita
Por Edith Galarza
un día
hecha una loca
una perra una zorra una yegua
ya no soporta
y abre la jaula
grita
¿pueden escucharla?
corre descalza
olvidó los documentos (él los rompió)
-no podemos tomarle la denuncia – dicen en cipolletti
y ahora a dónde va a ir
llora
¿pueden escucharla?
está tan cerca
grita otra vez
¿la escuchan ahora?
¿escuchan el ruido de su grito cuando cae?
¿no ven la fila de cuerpas?
¿la montaña de huesas?
¿la herida que sangra?
el río de llanto que atraviesa la ciudad
habrá que volver a nacer
en un jardín
en una marea
solo de mujeres
donde nadie te mate
por ser.
DE AGUA
Por RICARDO COSTA, del libro Golpe manco (Ed. El Suri Porfiado, Bs. As, 2018
¿Cómo es posible que exista alguien que no me quiera?
Hasta las burbujitas que infla la lluvia causan ternura
en quien las mira.
¿Acaso alguien puede resistirse a la seducción del agua?
Los peces darían la vida por ella.
Y ni hablar del ardor de un sediento.
Menos, del viento que quema la tierra
en el desierto.
Pero hay más.
Por ejemplo, la piel que respira entre tus piernas,
la caída tormentosa de una lágrima,
o el revés de mi lengua.
Tenía la intención de ordenar una lista para enseñarte
las razones por las cuales deberías quererme.
Pero la tarde se puso fea.
La primera nube del invierno arrastró a otras y, juntas,
lograron que esta teoría desechara la esperanza
de saberme elegido por vos.
En Micenas, en Tiro y en Mitilene, los cementerios
estaban rodeados por acequias.
Dicen que así, mortales y dioses, dirimían los conflictos
que debían enfrentar las almas heridas.
Aquí, sobre el piso y al lado de los zapatos,
continúa tu copa vacía.
Adentro queda la memoria de unas gotitas que buscan
evaporarse en la combustión de estos pensamientos,
los que procuran un aliado, una energía que funcione
a través de ideas y dentro de un margen
de probabilidades.
Pienso en todos esos átomos que conforman el núcleo
de lo que desea mi corazón y no logro ver más allá
de vos, de ese océano fantástico que simula tu cuerpo
y que huele a sed cayendo por la espalda.
¿Cómo es posible que exista alguien que te quiera tanto?
Creo que si pudiera beberte te perdería en la arena
de la desesperanza, e insistiría una y otra vez
en la misma pregunta y asomado al invierno
que cubre el cielo.
¿Cómo es posible?
Hasta las burbujitas que flotan por culpa
de la lluvia lo saben y yo no hago nada
por evitar que prefieran la calle,
que corran hacia el arroyo
y que terminen borradas
por el mismo mar
que se evapora
en la química
de mis palabras.